miércoles, 28 de febrero de 2018

DIOS NO QUITA LA CRUZ SINO QUE DA FUERZAS PARA ENFRENTARLA, AFIRMA OBISPO

“Dios tiene su razón que la razón de los hombres, muchas veces, no conoce”


“Dios no quita el sufrimiento, sino que le da sentido; Dios no quita la cruz, da fuerzas para que se la pueda enfrentar, vivir y ofrecer”, afirmó el Obispo de Avellaneda -Lanús (Argentina), Mons. Rubén Frassia.

Así lo indicó en su programa “Compartiendo el Evangelio”, emitido el domingo 4 de febrero por distintas emisoras de la provincia de Buenos Aires, donde reflexionó sobre el pasaje que narra cuando Jesús cura a la suegra de Simón Pedro. 

Estando Jesús en la casa de Pedro le dicen que la suegra del pescador está enferma y le piden que la cure. Luego, “sabiendo que Él estaba allí, se le acercaron muchos enfermos pero no curó a todos”.

“¿Esto qué significa?, ¿que fue justo con unos e injusto con otros?”, cuestionó Mons. Frassia.

Y respondió: “El misterio de la voluntad divina, es un misterio que alcanza a todos pero que tiene efectos distintos, resultados externos distintos; algunas personas que se sanan y otras que siguen enfermas”.

Sin embargo, “lo principal es lo que Dios hace en cada uno, provocando un cambio de calidad de vida y de relación”, destacó.

“Podemos decir”, prosiguió Mons. Frassia, “que Dios no quita el sufrimiento, sino que le da sentido al sufrimiento; Dios no quita la cruz, da fuerzas para poderla enfrentar”.

De esta manera, “cuando un creyente le suplica a Dios, le pide y no le impone; acepta los bienes y también los males, porque ambas son respuestas positivas de parte de Dios”, explicó.

Finalmente, respaldó su argumento citando a Blas Pascal: “Dios tiene su razón que la razón de los hombres, muchas veces, no conoce”.

“A Dios no lo podemos agotar, no lo podemos manipular, no se pueden monopolizar las cosas de Dios. Jesús ha venido a todos, por todos y para todos”, concluyó Mons. Frassia.

Fuente: ACI

domingo, 25 de febrero de 2018

3 CONSEJOS PARA AYUDARTE A SUPERAR UNA SOLEDAD ESPIRITUAL

Para aquellos momentos en los que parece que Dios no te ve, escucha, o ama

Durante mis años de estudiante me sentí ignorada por Dios. “Debo de ser demasiado pecadora”, pensaba. A mi alrededor todo el mundo tenía una historia que contar, una revelación que compartir. Yo no me sentía identificaba. Las palabras “atea” y “agnóstica” revoloteaban en mi mente. Me resultaban extrañas, pero satisfactorias. “Dios, si estás ahí, ¡esto es lo que hay!”, decía. “¡Así aprenderá! ¡No Le necesito!”.

Eso fue hace tres años y desde entonces he encontrado mi fe. Sin embargo, todavía tengo inmensos problemas con el sentimiento de que Dios no me ve, no me escucha o no me ama totalmente. Aquí ofrezco algunos consejos que me han servido para superar una de las experiencias espirituales más dolorosas: la desolación.

1.- El ejemplo de la madre Teresa (Santa Teresa de Calcuta)

La madre Teresa es conocida por su experiencia de desolación espiritual. “Estoy convencida”, decía, “de que un solo momento es suficiente para rescatar toda una existencia miserable, una existencia que tal vez se creyó inútil”. Con la breve experiencia que tuvo sintiendo la presencia de Dios, supo que lo que había recibido era gracia y que era real.

Miremos, como hacía santa Teresa de Calcuta, esos momentos en los que encontramos íntimamente a Cristo y, en vez de ansiar más, agradezcamos a Dios por lo que ya nos ha concedido; luego, avancemos para expandir el reino de Dios aquí en la tierra.

2.-Adoración y oración

Recientemente tuve una experiencia en adoración que nunca olvidaré. Después de hablarle a una monja dominica sobre mi desolación espiritual, fui a adoración para aplicar algunos de sus consejos. Me dijo que tal vez podía probar únicamente con permanecer ante Él, con descansar en Su sagrada presencia, en vez de intentar atrapar un vistazo de Dios.

Así que voy a adoración y allí estoy a los pies de Jesús. Y como una esclusa abierta, empieza a brotar de mí una oración. “Dios, estoy cansada. Vengo siempre aquí a buscar algo, a asirme a algo, a acercarme a algo. Ni siquiera sé qué es lo que busco. Estoy consumida. Supongo que solo quiero confirmar lo que el mundo me dice que Tú me amas. Es agotador, Señor. ¡Estoy exhausta! Te entrego esto. Ya no lo quiero. Llévatelo de mí. Y que Tú seas suficiente para mí. Déjame descansar en Ti y no tener expectativas sobre lo que pueda recibir”.

Por fin me sentía libre; no de la desolación, sino del estrés de intentar resistirme constantemente. Ahora me siento libre estando en desolación. Me siento libre para dejar la vergüenza en la puerta. Me siento libre para dejar de luchar en los rincones de mi alma desolada, tratando escapar. Ahora puedo ser, simplemente.
Presentarnos ante Jesús y concederle nuestros esfuerzos nunca será un tiempo perdido. Encontremos tiempo para ir ante Él y sacrificarle las inseguridades que nos trae la desolación. La libertad resultante es mayor de la que pudiéramos imaginar.

3.- Y por último… considéralo un regalo.

San Ignacio, en sus Reglas de discernimiento del espíritu, primero dice que si no estamos intentando hacer que las cosas funcionen con Dios, no funcionarán. Y lo que es más importante, dice que la desolación puede ser permitida por Dios para ver cuán lejos avanzamos en la fe, incluso en el desierto de nuestras almas, para traer a Dios gloria y alabanza.

Lo tercero que dice es que puede ser una forma de hacernos ver que el consuelo es un don verdadero que solo Dios puede dar. Al decir que el consuelo es un don, Ignacio insinúa que la desolación es algo crucial en nuestro reconocimiento del consuelo no como un premio o algo que ganamos y recibimos cada vez que rezamos, sino más bien como un regalo obvio de Dios. Por ello, veamos la desolación como un regalo que nos permite darnos cuenta de esto.

Así que, sí, es fácil “rendirse”. Es fácil tener envidia. Y es difícil perseverar y entregar a Dios todo lo que tenemos, incluso si sentimos que no estamos recibiendo precisamente todo lo que creemos que necesitamos. Es difícil coger nuestra Biblia y decir: “Dios, Te concedo este tiempo porque quiero promover Tu reino al margen de la condición en que estén mi corazón y mi alma”.

Todos sufrimos. Todos tenemos una cruz que cargar, grande o pequeña. ¿Por qué no aceptar la cruz como una oportunidad de santificación? ¿Una oportunidad para mostrar a Dios que Él merece nuestro esfuerzo, nuestro dolor y nuestra perseverancia constante?

Así pues, seamos como la madre Teresa y como tantísimos otros santos y santas que luchan por la santidad cuando es más difícil la lucha. Cuando es más difícil rezar. Y cuando es más difícil alzar los ojos hacia Aquel que nos ama.

Dios, ayúdanos a ser santos con esta lucha.

AMY BURKE

Fuente: Aleteia 

sábado, 17 de febrero de 2018

I Encuentro Camino


Las Madres Benedictinas de Sahagún, León, España y los Padres Maristas también de Sahagún.
Organizamos un encuentro de lectura de la Palabra de Dios para hacer VIDA el Evangelio.
Dirigido para hombres y mujeres de cualquier edad.
¡ANIMAOS!




miércoles, 14 de febrero de 2018

11 COSAS QUE CONVIENE SABER SOBRE EL MIÉRCOLES DE CENIZA


A pocos días del inicio de la Cuaresma, que sirve de preparación para la Pascua y que comienza este miércoles, recordamos algunas cosas esenciales que todo católico debe saber para poder vivir intensamente este tiempo litúrgico

1.- ¿Qué es el miércoles de Ceniza?

Es el primer día de la Cuaresma, es decir, de los 40 días en los que la Iglesia llama a los fieles a la conversión y a prepararse verdaderamente para vivir los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en la Semana Santa.

El Miércoles de Ceniza es una celebración contenida en el Misal Romano. En este se explica que en la Misa, se bendice e impone en la frente de los fieles la ceniza hecha de las palmas bendecidas en el Domingo de Ramos del año anterior. 

2.- ¿Cómo nace la tradición de imponer las cenizas?

La tradición de imponer la ceniza se remonta a la Iglesia primitiva. Por aquel entonces las personas se colocaban la ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad con un “hábito penitencial” para recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo.

La Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos casi 400 años D.C. y a partir del siglo XI, la Iglesia en Roma impone las cenizas al inicio de este tiempo.

3.- ¿Por qué se impone la ceniza?

La ceniza es un símbolo. Su función está descrita en un importante documento de la Iglesia, más precisamente en el artículo 125 del Directorio sobre la piedad popular y la liturgia:

“El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar a los fieles, que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual”.

4. ¿Qué simbolizan y qué recuerdan las cenizas?

La palabra ceniza, que proviene del latín "cinis", representa el producto de la combustión de algo por el fuego. Esta adoptó tempranamente un sentido simbólico de muerte, caducidad, pero también de humildad y penitencia.

La ceniza, como signo de humildad, le recuerda al cristiano su origen y su fin: "Dios formó al hombre con polvo de la tierra" (Gn 2,7); "hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho" (Gn 3,19).

5.- ¿Dónde se puede conseguir la ceniza?

Para la ceremonia se deben quemar los restos de las palmas bendecidas el Domingo de Ramos del año anterior. Estas son rociadas con agua bendita y luego aromatizadas con incienso.

6.- ¿Cómo se impone la ceniza?

Este acto tiene lugar en la Misa al término de la homilía y está permitido que los laicos ayuden al sacerdote. Las cenizas son impuestas en la frente, haciendo la señal de la cruz con ellas mientras el ministro dice las palabras bíblicas: «Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás», o «Conviértete y cree en el Evangelio».

7.- ¿Qué hacer cuando no hay sacerdote?

Cuando no hay sacerdote la imposición de cenizas puede realizarse sin Misa, de forma extraordinaria. Sin embargo, es recomendable que al acto se preceda con una liturgia de la palabra.

Es importante recordar que la bendición de las cenizas, como todo sacramental, solo puede realizarla un sacerdote o diácono.

8.- ¿A quién se puede imponer la ceniza?

Puede recibir este sacramental cualquier persona, inclusive no católica. Como especifica el Catecismo (1670 y siguientes) los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu Santo como sí lo hacen los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia estos «preparan a recibirla y disponen a cooperar con ella».

9.- ¿Es obligatoria la imposición de las cenizas?

El Miércoles de Ceniza no es día de precepto y por lo tanto la imposición de ceniza no es obligatoria. No obstante, ese día concurre una gran cantidad de personas a la Santa Misa, algo que siempre es recomendable.

10.- ¿Cuánto tiempo hay que tener la ceniza en la frente?

Cuanto uno desee. No existe un tiempo determinado.

11.- ¿Es obligatorio el ayuno y la abstinencia?

El Miércoles de Ceniza es obligatorio el ayuno y la abstinencia, como en el Viernes Santo, para los mayores de 18 años y menores de 60. Fuera de esos límites es opcional. Ese día los fieles pueden tener una comida “fuerte” una sola vez al día.

La abstinencia de comer carne es obligatoria desde los 14 años. Todos los viernes de Cuaresma también son de abstinencia obligatoria. Los demás viernes del año también, aunque según el país puede sustituirse por otro tipo de mortificación u ofrecimiento como el rezo del rosario.

POR DIEGO LÓPEZ MARINA 

Fuente: ACI Prensa

martes, 13 de febrero de 2018

Los religiosos responden a preguntas que siempre te has hecho

Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2018

«Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12)
Queridos hermanos y hermanas:
            Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión»,[1] que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.
            Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12).
            Esta frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.
Los falsos profetas
            Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?
            Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.
            Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.
Un corazón frío
            Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo;[2] su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?
            Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos.[3] Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
            También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.
            El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.[4]
¿Qué podemos hacer?
            Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.
            El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos,[5] para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.
            El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?[6]
            El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.
            Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos.
El fuego de la Pascua
            Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.
            Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.
            En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu»,[7] para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.
            Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.
Vaticano, 1 de noviembre de 2017   
Solemnidad de Todos los Santos

FRANCISCO