jueves, 7 de septiembre de 2017

Espiritualidad Monástica: Prólogo a la Regla de San Benito (3/3)

35 Al terminar sus palabras, espera el Señor que cada día le respondamos con nuestras
obras a sus santas exhortaciones. 36 Pues para eso se nos conceden como tregua los días de
nuestra vida, para enmendarnos de nuestros males, 37 según nos dice el Apóstol: «¿No te
das cuenta de que la paciencia de Dios te está empujando a la penitencia?» 38
Efectivamente, el Señor te dice con su inagotable benignidad: «No quiero la muerte del
pecador, sino que cambie de conducta y viva». 39 Hemos preguntado al Señor, hermanos,
quién es el que podrá hospedarse en su tienda y le hemos escuchado cuáles son las
condiciones para poder morar en ella: cumplir los compromisos de todo morador de su
casa. 40 Por tanto, debemos disponer nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar en
el servicio de la santa obediencia a sus preceptos. 41 Y como esto no es posible para nuestra
naturaleza sola, hemos de pedirle al Señor que se digne concedernos la asistencia de su
gracia. 42 Si, huyendo de las penas del infierno, deseamos llegar a la vida eterna, 43 mientras
todavía estamos a tiempo y tenemos este cuerpo como domicilio y podemos cumplir todas
estas a cosas a luz de la vida, 44 ahora es cuando hemos de apresurarnos y poner en práctica
lo que en la eternidad redundará en nuestro bien.
45 Vamos a instituir, pues, una escuela del servicio divino. 46 Y, al organizarla, no
esperamos disponer nada que pueda ser duro, nada que pueda ser oneroso. 47 Pero si, no
obstante, cuando lo exija la recta razón, se encuentra algo un poco más severo con el fin de
corregir los vicios o mantener la caridad, 48 no abandones en seguida, sobrecogido de
temor, el camino de la salvación, que forzosamente ha de iniciarse con un comienzo
estrecho. 49 Mas, al progresar en la vida monástica y en la fe, ensanchado el corazón por la
dulzura de un amor inefable, vuela el alma por el camino de los mandamientos de Dios. 50
De esta manera, si no nos desviamos jamás del magisterio divino y perseveramos en su
doctrina y en el monasterio hasta la muerte, participaremos con nuestra paciencia en los
sufrimientos de Cristo, para que podamos compartir con él también su reino. Amén.

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