miércoles, 1 de marzo de 2017

4 carisma que levantaron Europa...y siguen vivos

1. Orden de San Benito

Los benedictinos recibieron su nombre en honor a San Benito, su fundador, nacido en Nursia en 480. Su regla proponía una vida centrada en tres virtudes principales: taciturnidad, humildad y obediencia. La orden se caracterizaba por una estricta observancia del Oficio Divino, con una división del día en siete momentos para la alabanza a Dios. Además, alternaba el tiempo entre trabajo manual -y de allí la célebre frase «ora et labora»- y la Lectio Divina o meditación de las Sagradas Escrituras; y fue conocida -y aún lo es- por la hospitalidad con que reciben a los huéspedes.

2. Orden de los Cartujos

La cualidad especial de esta regla establecida por San Bruno en 1084 fue la forma en que sintetizó el anhelo de una vida eremítica y la estabilidad monástica. El monje cartujo es un contemplativo que vive en soledad, ora, lee, reflexiona, copia manuscritos y se entrega a tareas manuales. Su vida espiritual se sostiene en la ruptura con la sociedad y la renuncia del mundo, buscando el silencio, la introspección y la oración.


3. Orden de los frailes predicadores

Se los conoce popularmente como dominicos por su fundador, Santo Domingo de Guzmán quien estableció la regla en 1215. La originalidad de la orden fue la mezcla de oración y predicación, de acción y contemplación. Dentro  del convento, el dominico enseña, medita y perfecciona sus conocimientos mediante una importante formación intelectual; en el exterior, predica en la ciudad y sigue los cursos en la universidad.
 El camino espiritual propuesto por Santo Domingo se basa el despojo de bienes materiales; el régimen cenobítico, que estipulaba la asistencia mutua y la oración comunitaria; y la acción y el servicio a través de la predicación, la dirección espiritual y la enseñanza.

4. Orden de los frailes menores

La orden fundada por San Francisco de Asís y aprobada por la Iglesia en 1209 es la más conocida del Medioevo. Sus miembros se dividen entre laicos y clérigos y tiene infinidad de ramas. La actividad cotidiana gira en torno al Convento y el exterior. En el interior se recita el Oficio Divino. En el exterior se desarrolla la acción predicadora y caritativa, predominantemente en la atención de los enfermos.

La espiritualidad franciscana se basa en la humildad, es decir, en la voluntad de someterse a las autoridades establecidas, sin pretender jugar un papel deliberado, sin aportar ni lucha ni discordia. La pobreza es el núcleo de la práctica de San Francisco, y pretende dominar la realidad humana y participar por entero en el amor divino. El resultado es la mística del amor y la alegría que brotan de la pobreza y la renuncia, y del gozo de contemplar la belleza de la creación como expresión de la belleza de Dios.




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