domingo, 27 de junio de 2010

Comentario al Evangelio vocacional de este domingo XIII


Seguir a Jesús es el corazón de la vida cristiana. Lo esencial. Nada hay más importante o decisivo. Precisamente por eso, Lucas describe tres pequeñas escenas para que las comunidades que lean su evangelio, tomen conciencia de que, a los ojos de Jesús, nada puede haber más urgente e inaplazable.
Jesús emplea imágenes duras y escandalosas. Se ve que quiere sacudir las conciencias. No busca más seguidores, sino seguidores más comprometidos, que le sigan sin reservas, renunciando a falsas seguridades y asumiendo las rupturas necesarias. Sus palabras plantean en el fondo una sola cuestión: ¿qué relación queremos establecer con él quienes nos decimos seguidores suyos?

Primera escena. Uno de los que le acompañan se siente tan atraído por Jesús que, antes de que lo llame, él mismo toma la iniciativa: «Te seguiré adonde vayas». Jesús le hace tomar conciencia de lo que está diciendo: «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros nido», pero él «no tiene dónde reclinar su cabeza».

Seguir a Jesús es toda una aventura. Él no ofrece a los suyos seguridad o bienestar. No ayuda a ganar dinero o adquirir poder. Seguir a Jesús es "vivir de camino", sin instalarnos en el bienestar y sin buscar un falso refugio en la religión. Una Iglesia menos poderosa y más vulnerable no es una desgracia. Es lo mejor que nos puede suceder para purificar nuestra fe y confiar más en Jesús.

Segunda escena. Otro está dispuesto a seguirle, pero le pide cumplir primero con la obligación sagrada de «enterrar a su padre». A ningún judío puede extrañar, pues se trata de una de las obligaciones religiosas más importantes. La respuesta de Jesús es desconcertante: «Deja que los muertos entierren a sus muertos: tú vete a anunciar el reino de Dios».

Abrir caminos al reino de Dios trabajando por una vida más humana es siempre la tarea más urgente. Nada ha de retrasar nuestra decisión. Nadie nos ha de retener o frenar. Los "muertos", que no viven al servicio del reino de la vida, ya se dedicarán a otras obligaciones religiosas menos apremiantes que el reino de Dios y su justicia.

Tercera escena. A un tercero que quiere despedir a su familia antes de seguirlo, Jesús le dice: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios». No es posible seguir a Jesús mirando hacia atrás. No es posible abrir caminos al reino de Dios quedándonos en el pasado. Trabajar en el proyecto del Padre pide dedicación total, confianza en el futuro de Dios y audacia para caminar tras los pasos de Jesús.

José Antonio Pagola

27 de junio de 2010

13 Tiempo ordinario (C)

Lucas, 9, 51-62

sábado, 26 de junio de 2010

Religiosos

Hay quien piensa que nuestra presencia en el mundo es cada vez más irrelevante. No falta quien, incluso desde dentro de la misma Iglesia, desprecia la vida consagrada juzgando superficialmente que su tiempo pasó. Religiosos y religiosas seguimos, sin embargo, en el corazón de la Iglesia fieles a cuantos carismas el Espíritu ha suscitado en la comunidad cristiana al servicio de la humanidad. La mayor parte de las veces en el descampado de la historia, en el margen, allí donde nadie quiere estar y donde el mensaje liberador del Evangelio se hace más urgente.
Somos seguidores de Jesús hasta las últimas consecuencias. Identificados con el Maestro y enviados por él a sanar y liberar, a alentar la esperanza, a anunciar la buena noticia del amor de Dios. Hoy como ayer, la vida religiosa quiere ser fuego en las entrañas mismas de la Iglesia, en medio de una sociedad que busca un rescoldo donde abrigar el alma o un poco de luz para iluminar la noche.
Somos consagrados por Dios para proclamar el año de gracia del Señor con nuestra vida sencilla, entregada y silenciosa. Intentamos pasar por la vida haciendo el bien y siendo portavoces de una Palabra eterna que quiere seguir resonando en el corazón de las personas. Aunque a veces el tesoro esté contenido en frágiles vasijas de barro que en ocasiones se rompen y desparraman el mensaje.
Somos hombres y mujeres que sentimos con pasión el latido del Reino oculto en los avatares de la historia. En ella nos empeñamos, en nombre de Dios, en devolver la dignidad a los que les ha sido arrebatada; el futuro a los que se lo han robado; la esperanza a los que la han perdido. Siempre en la frontera, miles y miles de nuestros hermanos y hermanas ponen rostro al samaritano del evangelio, sin dar rodeos, curando con el aceite de la entrega gratuita, pagando con la vida cabalgadura y posada de los apaleados al borde del camino.
Contemplativos y en el corazón del mundo, los consagrados y consagradas amamos profundamente la Iglesia. En ella somos y vivimos nuestra alianza con el Señor. Desde ella y en comunión con el sucesor de Pedro intentamos ser buena tierra en la que la semilla del Reino fructifique y pueda llegar a ser pan blanco y tierno para todos los que tienen hambre de Dios. Fieles a la comunidad cristiana, fieles al Papa, fieles al Magisterio.
Hoy, como muchos cristianos en occidente, vivimos a la intemperie nuestra fe. Y hace frio. Algunos nos culpabilizan y nos auguran el final. Bien nos gustaría experimentar el calor de nuestros hermanos y el aliento fraterno que sostiene en los momentos de zozobra y confusión. Hemos de reconocer errores. Pero al mismo tiempo necesitamos toda la fuerza eclesial para afrontar las dificultades y poder seguir afrontando la renovación que muchos de nuestros institutos han acometido con ilusión y esperanza.
El Espíritu Santo sigue soplando con fuerza haciendo nuevas todas las cosas. También la vida religiosa. Confiamos en Dios que precede y acompaña. Y que seguirá suscitando en su Iglesia hombres y mujeres consagrados para ser signos elocuentes de su presencia y portadores de su amor en medio del mundo.
José Miguel Núñez







viernes, 11 de junio de 2010

“Tú rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro” (Sal 26)


Transcurrían los primeros años de los 70, cuando comenzó esta búsqueda, esta historia de amor entre Dios y yo. Encontrarme con el dolor, como la enfermedad y la muerte, me hizo plantearme seriamente el porqué, para qué y para quién. La búsqueda me llevo al seminario de Jaén y el 23 de diciembre de 1979 fui ordenado sacerdote.

El verano anterior, en el viaje a Ecuador en el contacto con la pobreza me marcó, siempre quise ir a misiones pero el Señor no lo vio conveniente, así que El me fue educando en la renuncia, te gusta esto, pues va a ser aquello… mientras tanto yo devoraba todo lo de espiritualidad que caía en mis manos: San Juan de la Cruz, San Francisco de Asís, Teresa de Lisieux, Roger de Taizé, Carlos de Foucauld, Thomas Merton, etc. y cada día iba creciendo en mi la necesidad del silencio y la soledad para estar con El, la actividad pastoral me lo impedía tantas veces, y si yo fuera monje. Pero donde iba yo con tantos años y con la salud rota y la dureza de la vida monástica… Me conformaba con una semana o dos en un monasterio pero siempre mi corazón pedía más. ¿Dónde voy yo? … en el verano del 2005 me fui como otros años, a Sobrado, y ahí un Padre me desmontó todo el tinglado. Yo decía que no podía ser monje por todo lo expuesto: salud, edad, etc. Y el me fui diciendo porque yo sí podía serlo.

Le prometí discernir enserio y ponerme en contacto con Sta. Mª de las Escalonias. Así lo hice después de 4 años de lucha aquí estoy. Llevo 4 meses y estoy aprendiendo, empezando a caminar por la vida monástica.

Vivencia de los valores monásticos.

Observo gestos, actitudes y comportamientos, los procesos para imitarlos o evitarlos. El rezo, con que alegría voy bajo las escaleras a las 4 de la madrugada, para alabar, bendecir y pedir a Dios sintiéndome en armonía con la creación entera. Que cortas son las horas de la mañana, que transcurren entre el coro, la oración personal, la lectio divina, y la celebración eucarística, que me da fuerzas para entregarme en el trabajo donde descubro la grandeza de lo pequeño. Lo mas insignificante hecho por amor a Dios es inmenso. Al mediodía la voz de Dios (la campana) nos invita nuevamente a la alabanza. ¡Cómo corro a reunirme en el coro con los hermanos para estar con el amado!, la palabra va marcando mi día, la rumio, la medito e intento vivir desde el silencio (que siempre me sabe a poco) y la soledad acompañada que siempre necesito de más calidad.

Entre los trapos siempre esta el Señor… Doblar con amor la ropa de los enfermos se puede convertir en un acto de adoración a Dios presente en los que sufren, en los pequeños.

La Salve con la que terminamos el día, en el oficio de completas, me recuerda que la Madre, Sta. Mª de las Escalonias me lleva de su mano. Y cosa curiosa, cuando la miro mientras canto, la veo triste con el ceño fruncido, sonreír… ella ha sido mi expresión durante el día. Ruega por nosotros a Dios…

Pero no todo es color de rosa ¡Cuántas veces me pongo nervioso cuando se falta al silencio, cuando en el coro no estamos tan atentos, cuando exigimos y no hacemos!

Cuando confronto y veo que nuestra comunidad pecadora puede más y el ideal de monje esta a años luz de la realidad cotidiana. Con la ayuda de Dios y de esta comunidad que el Señor me ha regalado, de la mano de María, espero llegar dónde y cómo Dios lo quiera.

Juan, postulante (58 años de edad)

Fuente: http://www.monasterioescalonias.org

La Mano de Dios.

miércoles, 9 de junio de 2010

Se me escapa de las manos

Quizá sea la falta de costumbre, pero lo cierto es que me cuesta hablar de mi interioridad y de mi propia historia. Siempre resulta más fácil hablar de lo que uno hace que de lo que uno vive. O hablar de los demás. Siento cierto rubor cuando me piden hablar de mi vocación, de mi vida, de mis intimidades… Mi vida no me parece tan presentable. ¡Hay tantas cosas de las que no enorgullecerme! Además, soy bastante torpe a la hora de expresar mis sentimientos, y considero que no hay mucha “experiencia” que contar: acabo de cumplir diez años desde que fui ordenado sacerdote de manos de un obispo extraordinario: Mons. Uriarte. Mi ministerio ha transcurrido, en su mayoría, centrado en un intenso trabajo en el mundo de la edición (el mundo de los publicanos, que dice un hermano y amigo).

No suelo predicar todos los días. Fuera de los domingos y tiempos fuertes, o días especiales, durante la misa, suelo pasar de la lectura del Evangelio a las preces después de un reverente pero breve silencio. Hoy era Domingo y en la homilía, he sentido una vez más que la voz se me quebraba al hablar de Dios. Es algo que me sucede más a menudo de lo que me gustaría. Es una sensación curiosa. La fe sigue tocando fuertemente mis fibras más profundas y siento que Dios está muy vivo dentro de mí. Esa congoja y emoción se me hace difícil de controlar y me pone en cierto apuro, pues no me gusta sentirme débil en público. No son pocas las veces en que me descubro también así, emocionado y con las lágrimas a flor de piel, en la oración.

No sé muy bien cómo poner palabras a todo esto. Me resulta hasta “ñoño” hablar así, pero lo cierto es que, en muchos momentos, me descubro envuelto en un inmenso misterio de amor inmerecido. Y pienso: Señor, ¡cuánta gente no lo sabe! ¡cuánta gente no ha tenido la suerte de descubrirte y conocer que les has amado desde el principio del universo! Me encantaría poder gritar como el profeta: “¡Oid, sedientos todos! ¡Venid por agua! ¡Comed sin pagar vino y leche de balde!”.

¿Cómo hablar de esto sin que suene “ñoño“, aterciopelado o, lo que sería aún peor, falto de autenticidad? ¿Cómo gritar al mundo este amor infinito que el Señor nos tiene, que hasta al más débil hace poderoso y capaz de lo imposible? Envuelto en este Misterio que se me escapa de las manos me siento pequeño, pecador, necesitado... ¡Me siento tan limitado para llevar esta misión adelante! ¿Cómo ser testigo de ese fuego abrasador, siendo tan pequeño, tan débil…?

Creo que esta es la condición humana de todos y cada uno de los seres humanos. Grandes y maravillosos a los ojos de Dios, pero pequeños, muy pequeños, débiles, muy débiles… aunque seamos de Bilbao. Por esa razón me rebelo ante los que creen que ser sacerdotes les ha añadido un plus a su humanidad, cuando lo único que tal vez les ha dado es un plus a su cultura… o ante los que hacen del ministerio ordenado una casta, un lugar de poder y dominio, una carrera ascendente, un ministerio de predicación de verdades y dogmas seguros que lanzan contra el mundo desde no sé qué roca firme... Me rebelo contra esos curas que creen tener siempre respuesta para todo, incluso respuestas eruditas, apoyadas en la más sana tradición de la Iglesia o incluso en el catecismo, pero que, en el fondo, quizá nunca se enteraron de que la misericordia y la compasión son el único Evangelio predicable.

Cuanto más me veo envuelto en este Misterio de amor inmerecido, menos “seguridades” tiene mi fe, pero, a su vez, más fuerte experimento una suave y tenue certeza: Dios es amor fiel y así hemos de ser los sacerdotes para los demás. Al consagrar y elevar la hostia y el cáliz hoy en el altar me he descubierto, una vez más, envuelto en la verdad más grande del universo: el amor es la única fuerza capaz de transformar el mundo. Me gustaría que así fuera siempre en mí y al Señor le pido que algún día sea capaz de transmitírselo siquiera a alguien.

Fernando Prado, cmf.

viernes, 4 de junio de 2010

La revolución de la fe silenciosa


Llegaba con los oídos aturdidos por el vaivén del escándalo, la vergüenza y la desgracia de los abusos sexuales en el seno de la Iglesia. Llegaba necesitado de paz, tras los golpes producidos en mi mente por ciertos e individuales malos testimonios de representantes de la Iglesia: palabras huecas, falsedad en la acción e hipocresía en el resultado. Llegaba herido por mi propia herida en la fe. Por la cruz con la que cargo en los últimos meses, la que me aleja pese a querer estar dentro y no actuar para evitarlo.
Hoy, las incomprensiones, las dudas, las brechas... continúan. Pero desde el sábado han recibido la caricia de una venda que sana. A la larga, pero me sanará. El mismo día en que se hacía pública la histórica Carta del Papa a los católicos de Irlanda, con su valiente hoja de ruta sobre la actuación eclesial contra los abusos –tolerancia cero–, llegaba con algunos amigos de mi parroquia de San Juan Bautista (Arganda del Rey) al convento de las monjas agustinas en Becerril de Campos (Palencia). Fueron poco más de 24 horas. Pero fueron revolución de la fe silenciosa.

¡Qué grande es rezar, al son de las cítaras de los Salmos, con la profundidad y la entrega de una veintena de monjas coherentes! Coherentes, se sabe, porque basta con mirarlas a la cara. En su gran mayoría jóvenes, el rostro siempre alegre, desbordante de felicidad. Desgastadas por el empleo al máximo de sus virtudes: monjas filósofas, monjas artistas, monjas dinámicas, fuertes, humildes, sencillas. Catequistas de los niños del pueblo, ensambladas en la necesaria misión ecuménica, buscadoras de los alejados e increyentes. Salen a su encuentro. No esperan: acuden. Van al Camino de Santiago. Estudian el idioma de los peregrinos que no son sino turistas y les hablan de Dios. Así de fácil, con una sonrisa.

Vivimos en la época de las crisis. También de las vocaciones. Son muchos los que afirman que Dios ya no importa a la gente, que la Iglesia está muerta. Basta con ir más allá de incomprensiones, dudas y brechas que son reales, sí, pero que también cuentan con un reverso. Basta con conocer el hecho también indudable de que la Iglesia de Jesús de Nazaret sigue latiendo porque transmite una verdad histórica: Dios es Amor, el Hombre aspira a ser también Amor. Las monjas de Becerril de Campos no me han recordado lo que nunca he olvidado. Pero sí me han refrescado el sentimiento. Me han puesto la venda al desasosiego en el que a veces me encuentro. Llegué con las pulsaciones bajas. Hoy lato más fuerte.

Recomiendo a todos, creyentes y alejados, someterse a la cura de la revolución silenciosa. Es una caricia. Y te depura la fe. Esa fe que a algunos nos conlleva una vida entera de subidas y bajadas de ascensor, de alegrías y tristezas, de certezas y dudas. Siempre en el camino, pero orbitando en las curvas. Esa fe que para otros (y otras) es tan cristalina y carece de mácula porque desprende pureza y autenticidad por los cuatro costados. ¡Ojalá recen mucho por los que derrapamos en las curvas!

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

miércoles, 2 de junio de 2010

Reflexión vocacional del Corpus Christi

La celebración de la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo es una ocasión para valorar la centralidad del misterio de la Eucaristía en todo aquel que vive una experiencia vocacional. En este sentido, gracias al testimonio personal de San Pablo, podemos descubrir algunos elementos teológicos de la Eucaristía que tienen que hacerse vida en nuestra experiencia personal para evitar que se queden en mera teoría.
Efectivamente, el texto de la carta a los Corintios es el más antiguo de los que hacen referencia a la última cena. Leyéndolo descubrimos en primer lugar la dimensión cristológica de la Eucaristía, es decir, la presencia real de Jesús en el pan y el vino. Cuando Jesús dice “esto es mi cuerpo” todo cambia. Y cuando el sacerdote pronuncia en su nombre sus mismas palabras, el milagro se realiza. Por eso la Iglesia ha desarrollado también la adoración eucarística fuera de la misma celebración de la misa. Viene bien recordar al cura de Ars que decía “El está ahí y te espera”. ¿Qué significa esto para mí? ¿Lo creo verdaderamente? ¿Dedico tiempo a visitar y adorar a este Jesús sacramentado que me espera?

Jesús nos dice por dos veces “haced esto en memoria mía”, es decir, nos invita a no olvidarnos de su gesto de entrega total. En esta dimensión pascual actualizamos el misterio de la muerte y resurrección de Jesús. No se trata de recordarlo como se vuelve a ver una película o releer un libro, sino de revivir y personalizar la entrega de Jesús, que también es por mí y por mi salvación, por mi comunidad y por la salvación del mundo. Por eso en la celebración de la misa uno no puede ser un espectador sino alguien que se implica directamente.

San Pablo nos dice también que cada vez que celebramos la Eucaristía proclamamos “la muerte del Señor, hasta que vuelva”. Es la dimensión escatológica que nos recuerda que estamos de paso en este mundo y que peregrinamos hacia la una vida en plenitud. Esta confesión de fe la repetimos todos los días después de la consagración. ¿Pero deseamos verdaderamente que el Señor vuelva?

Otra dimensión importante de la Eucaristía es la eclesial. El contexto de la segunda lectura es el de una comunidad, la de Corinto, en la que se viola la verdadera fraternidad cristiana. San Pablo denuncia los abusos que se producen en su interior. Y para justificar su llamada a la fraternidad recuerda el gesto de Jesús en la última cena. Así su entrega total se convierte en el comienzo de una nueva historia, una nueva alianza, una nueva manera de vivir en fraternidad, en el que todos están llamados a entregarse, a darse, a ponerse al servicio del resto.

Esta idea de fraternidad la vemos reflejada también en el evangelio. Sobra decir las referencias eucarísticas que tiene este texto de la multiplicación de los panes, por lo que todo lo que podamos descubrir es aplicable también a la Eucaristía. Vemos primero que donde había necesidad se realiza un banquete, símbolo del banquete del Reino y actualización de aquel que inauguraba los tiempos mesiánicos. Es un banquete en el que comen todos y se sacian, e incluso sobra. Los doce cestos restantes nos muestran que todo el pueblo de Israel y el nuevo pueblo serán saciados por Jesús.

Efectivamente el evangelio gira en torno a Jesús y en cierto modo es una manifestación de su identidad. Siendo el milagro que culmina su ministerio en Galilea, Jesús se presenta como aquel que trae la salvación definitiva a los hombres de todos los tiempos. Su ministerio es paradigmático: habla del Reino de Dios, cura y da de comer a los que le siguen incluso hasta el desierto y la soledad sin tener nada, ni siquiera lo básico para comer. El centro de todo pertenece a Jesús.

Entonces, ¿cuál es el papel de los apóstoles? Ellos se sienten incapaces de responder a la invitación de Jesús “dadles vosotros de comer”. Para ellos la solución no puede ser otra que ir al pueblo y comprar. No saben salir del atolladero. Pero cuando reciben el pan bendecido y partido por Jesús, cuando acogen el pan que viene de él, entonces pueden alimentar a la gente. Esta es su misión, ser servidores de la mesa para que todos puedan comer.

Revisemos hoy qué es lo que falta a nuestras celebraciones para que podemos actualizar la experiencia del evangelio de hoy, es decir, que reconozcamos a Jesús como el que nos alimenta, que verdaderamente sea un banquete en el que todos se sacien y finalmente, que nos haga más fraternos y solidarios con los desfavorecidos del mundo. Al menos, hagamos hoy que nuestra celebración sea más fraternal y más auténtica.

Carlos Comendador Arquero (Hermandad de Sacerdotes Operarios- África)

Benedicto XVI: La vocación al amor, clave de la existencia


Mensaje a los participantes en el X Foro Internacional de los Jóvenes (marzo 2010)

“Aprender a amar”: este tema es central en la fe y en la vida cristiana y me alegro de que tengáis ocasión de profundizarlo juntos. Como sabéis, el punto de partida de toda reflexión sobre el amor es el misterio mismo de Dios, ya que el corazón de la revelación cristiana es éste: Deus caritas est. Cristo, en su Pasión, en Su donación total, nos ha revelado el rostro de Dios que es Amor.

La contemplación del misterio de la Trinidad nos hace entrar en este misterio de Amor eterno, que es fundamental para nosotros. Las primeras páginas de la Biblia afirman, de hecho, que “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó: macho y hembra los creó” (Gn 1,27). Por el hecho mismo de que Dios es amor y el hombre es a su imagen y semejanza, comprendemos la identidad profunda de la persona, su vocación al amor. El hombre está hecho para amar; su vida se realiza plenamente sólo si se vive en el amor. Tras haber buscado durante mucho tiempo, santa Teresita del Niño Jesús comprendió así el sentido de su existencia: “¡Mi vocación es el Amor!” (Manuscrito B, folio 3).

Exhorto a los jóvenes presentes en este Forum, para que busquen con todo el corazón descubrir su vocación al amor, como personas y como bautizados. Esta es la clave de toda la existencia. Podrán así invertir todas sus energías en acercarse a la meta día tras día, sostenidos por la Palabra de Dios y por los Sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía.

La vocación al amor toma formas diferentes según los estados de vida. En este Año Sacerdotal quiero recordar las palabras del Santo Cura de Ars: “El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”. En el seguimiento de Jesús, muchos sacerdotes han dado la vida, para que los fieles puedan vivir del amor de Cristo. Llamados por Dios para entregarse enteramente a Él, con corazón íntegro, las personas consagradas en el celibato son también un signo elocuente del amor de Dios para el mundo y de la vocación a amar a Dios por encima de todo.

Quisiera además exhortar a los jóvenes delegados a descubrir la grandeza y la belleza del Matrimonio: la relación entre el hombre y la mujer refleja el amor divino de manera completamente especial; por ello el vínculo conyugal asume una dignidad inmensa. Mediante el Sacramento del Matrimonio, los esposos están unidos por Dios y con su relación manifiestan el amor de Cristo, que ha dado su vida por la salvación del mundo. En un contexto cultural en el que muchas personas consideran el Matrimonio como un contrato temporal que se puede romper, es de vital importancia comprender que el verdadero amor es fiel, don de sí definitivo. Dado que Cristo consagra el amor de los esposos cristianos y se compromete con ellos, esta fidelidad no sólo es posible, sino que es el camino para entrar en una caridad cada vez más grande. Así, en la vida cotidiana de pareja y de familia, los esposos aprenden a amar como Cristo ama. Para corresponder a esta vocación es necesario un serio recorrido educativo y también este Forum se pone en esta perspectiva.

Estos días de formación mediante el encuentro, la escucha de las ponencias y la oración común, deben ser también un estímulo para todos los jóvenes delegados para ser testigos ante sus coetáneos de lo que han vivido y escuchado. Se trata de una verdadera y auténtica responsabilidad, para la que la Iglesia cuenta con ellos. Éstos tienen un papel importante que desempeñar en la evangelización de los jóvenes en sus países, para que respondan con alegría y fidelidad al mandamiento de cristo: “amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,12).

Invitando a los jóvenes a perseverar en el camino de la caridad en el seguimiento de Cristo, les doy cita para el domingo próximo, en la Plaza de San Pedro, donde se llevará a cabo la solemne celebración del Domingo de Ramos y de la XXV Jornada Mundial de la Juventud.

Este año el tema de reflexión es: "Maestro bueno, ¿ qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?" (Mc 10,17). A esta pregunta, planteada por un joven rico, Jesús responde con una mirada de amor y una invitación a la entrega total de sí, por amor de Dios. ¡Que este encuentro pueda contribuir a la respuesta generosa de cada delegado a la llamada y a los dones del Señor!

Con este fin aseguro mi oración por toda la juventud y de corazón le envío a Usted, Venerado Hermano, y a cuantos participan en el Forum internacional, una especial Bendición Apostólica.

En el Vaticano, a 20 de marzo de 2010

BENEDICTUS PP. XVI